Es común alabar a Dios cuando el corazón rebosa de alegría y gratitud.
Es también común buscarlo cuando las cosas parecen escapar del control y tú sientes que no tienes más fuerzas para continuar resistiendo los huracanes de la vida.
No me refiero a huracanes como el Katrina o el Vilma, que arrasaron todo dejando por lo menos la esperanza de la reconstrucción.
Me refiero a aquellos vendavales emocionales que se llevan hasta las ganas de continuar viviendo.
¿Qué sucede cuando el ser amado un día te mira y te dice: “Fue bueno mientras duró, pero me estoy yendo porque quiero ser feliz?”
¿O qué sientes cuando después de toda una vida de trabajo, la traición de alguien en quien tú confiabas parece destruir tus sueños?
¿Cómo reaccionas ante el cuerpo inerte del hijo amado, o ante el diagnóstico de un cáncer Terminal en plena juventud?
Buscar a Dios en los momentos de alegría y de tristeza será más fácil si la declaración del versículo de hoy es una realidad en tu experiencia.
Alabar el nombre de Dios debe ser un acto permanente. “Desde el nacimiento del sol hasta donde se pone”. Andando, viajando, trabajando, viviendo, la alabanza debe estar presente en cada latido del corazón.
El humanismo de nuestros días concentra la atención del hombre en el propio hombre. "Busca la solución dentro de ti mismo", afirma. "Saca la energía de tu interior", declara.
En contraste, la teología bíblica es teocéntrica. Según ella, todos los caminos e intenciones humanas deben converger en Dios.
La Biblia enseña que Dios está en los cielos, pero que quiere estar en la vida de la criatura. Todos los días, en todos los momentos.
¿Dejarás que Dios camine a tu lado hoy? ¿Le pedirás orientación antes de tomar la decisión que necesitas tomar?
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